lunes, 28 de enero de 2008

El Apostolado



Una plática muy interesante fue la inspiración que tuve para escribir este artículo sobre el apostolado, un tema básico dentro de la doctrina de la Iglesia Católica y punto vital para conseguir la salvación eterna.

En el momento del Bautismo, el nuevo hijo de Dios es conferido Sacerdote, Rey y Profeta, a imagen de Jesucristo. Estos regalos de parte de Dios, que nos configuran con Jesús, conllevan una serie de obligaciones a cumplir para poder ser verdaderos seguidores del Señor.

En el caso concreto del apostolado, este constituye la principal obligación del ser Profeta, pues un profeta es el encargado de anunciar la Palabra de Dios para procurar la salvación de los hombres próximos a él, es decir, del prójimo.

Partiendo de lo anterior, el apostolado es el deber que tiene el bautizado para llevar el mensaje de Jesucristo a todo el que pueda, en otras palabras, y como lo dice el mismo Cristo, “ser mis testigos en toda Jerusalén, en Judea, Samaria y hasta en los últimos rincones de la Tierra” (Hechos 1, 8).

En definitiva el apostolado es una labor complicada y correosa, sobretodo porque el Mundo actual parece no querer saber nada del mensaje de salvación de Cristo ni de la Iglesia. Aún así, con la firme confianza de que el Señor nos acompaña como acompañó a los primeros apóstoles, todo será más fácil.

Ahora bien, hacer apostolado es un deber grave, de tal suerte que si no lo llevamos a cabo, estaríamos cometiendo un pecado de omisión bastante serio, ya que a fin de cuentas es un compromiso que nos viene desde nuestro Bautismo y está contenido de forma central en el mensaje de Jesús.

No cabe duda que al final de nuestra vida Dios pedirá cuentas de éste apostolado, preguntará si hablamos de él, si no nos dio pena, si oramos por aquellos sin esperanza, si luchamos para que otros pudieran llegar al conocimiento de la Verdad.

Sin embargo, puede ser que aunque nosotros hablemos de Dios, demos ejemplo de vida (que es el mejor de los apostolados) y nos entreguemos, las personas no quieran acercarse a Él, y es que aquí entra en juego un principio fundamental: la Libertad. Dios nos hizo libres, libres de seguirlo o no seguirlo, y Él no se mete en eso; siempre está con los brazos abiertos para recibirnos y sale a nuestro encuentro, pero la decisión en última instancia es del hombre.

Por lo tanto, si una persona en la que pusimos nuestro apostolado no se salva, su condenación no es responsabilidad de nosotros, sino de su libre ejercicio de la voluntad. El apostolado se consolida cuando se anuncia a Cristo y se lucha para que el prójimo lo acepte, y esto implica mucha oración. El resto es entre esa persona y Dios.

El apostolado es tan sólo uno de los múltiples compromisos que el cristiano debe vivir para lograr la santidad, aunque debo reconocer que es uno de los más importantes. El apóstol debe llevar su labor con amor, porque si no hay amor y verdadero deseo de que el otro conozca a Cristo, sólo seríamos, como diría San Pablo, “platillos que resuenan y campanas que aturden”.

martes, 8 de enero de 2008

La Iglesia Católica y la Fiesta Brava


Yo, Jorge Raúl Nacif, soy aficionado a la fiesta brava desde los siete años de edad y la verdad es que los toros son mi pasión, además de que quiero dedicarme a la crónica taurina. Desde que era pequeño jamás vi algo malo en las corridas de toros y nunca entendí a aquellas personas que estaban en contra, aunque siempre las respeté.

A ultimas fechas he notado que el antitaurinismo van en ascenso, por lo que es bueno aclarar realmente si las corridas son o no moralmente malas. Soy también católico prácticante, por lo que quise saber si las corridas son o no pecado; de antemano sabía la respuesta, pero me di a la tarea de investigar, investigación que comparto ahora.

En la edad media y principios de la moderna, las corridas de toros no tenían nada que ver como las conocemos hoy en día, ya que eran verdaderas carnicerías donde no solamente moría el toro, sino decenas de caballos y personas. No había toreo como tal, sino que eran literalmente “corridas”: soltaban al toro y los “toreros” trataban de darle muerte sin capote o muleta, sólo con su espada y alguno que otro a caballo.

Este espectáculo era realmente cruento, por lo que en 1567, el Papa San Pío V, en su bula DE SALUTIS GREGIS DOMINICI, ordena lo siguiente:

Pensando con solicitud en la salvación de la grey del Señor, confiada a nuestro cuidado por disposición divina, como estamos obligados a ello por imperativo de nuestro ministerio pastoral, nos afanamos incesantemente en apartar a todos los fieles de dicha grey de los peligros inminentes del cuerpo, así como de la ruina del alma.

En verdad, si bien se prohibió, por decreto del concilio de Trento, el detestable uso del duelo --introducido por el diablo para conseguir, con la muerte cruenta del cuerpo, la ruina también del alma--, así y todo no han cesado aún, en muchas ciudades y en muchísimos lugares, las luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza y audacia; lo cual acarrea a menudo incluso muertes humanas, mutilación de miembros y peligro para el alma.

Por lo tanto, Nos, considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo (ipso facto), que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo.

Prohibimos, asimismo, que los soldados y cualesquiera otras personas osen enfrentarse con toros u otras fieras en los citados espectáculos, sea a pie o a caballo.


Después de una lectura rápida, parecería ser que las corridas de toros están prohibidas bajo pena de excomunión, pero no es así. Analizando las cosas en su contexto (cual debe ser en todo) lo que San Pío V condena son las corridas de toros como se hacían en aquellos tiempos, que como dije, nada tiene que ver a como son en la actualidad.

Ahora bien, queda claro (por los argumentos que pone las protectoras) que San Pío V condena esta espectáculo no porque mueran animales, ni lo menciona, sino porque había muchas personas que morían. Y es que el mensaje de Jesucristo y la ley moral son del hombre y para el hombre, el animal queda fuera, aunque el Catecismo de la Iglesia Católica, en su canon 2415, dice que debemos respetar a las especies animales y vegetales, además de que el 2417 afirma que la muerte a animales, si es para beneficio del hombre (comida, vestido, experimentación científica, etc.), no tiene mayor relevancia. Desde siempre, el toro de lidia se come, es para comer, por lo tanto su muerte no es la causa de esta bula, sino que el hombre tentaba a Dios exponiendo su vida, sabiendo de antemano que morir era lo más probable.

El Rey de España, Felipe II, no acató esta orden, por lo que quedó sin validez jurídica. Recordemos que en aquella época existía el llamado patriarcado regio, por el cual los reyes eran los depositarios de las acciones papales, clara muestra de la unión entre gobierno e Iglesia. Por lo tanto, si una persona desobedecía algún mandato papal, podría ser encarcelado y juzgado por la autoridad política, peor como aquí el Rey no aceptó, no hubo penas civiles.

Ahora bien, esto es con respeto a este documento pontificio, pero hay más. Años más tarde, el Papa Gregorio XIII publicó su encíclica EXPONI NOBIS, en la cual delimitó, por llamarlo de algún modo, lo expresado en la bula de San Pío V. Gregorio XIII derogó la pena de excomunión para toreros y asistentes a festejos, “siempre que se hubiesen tomado, además, por aquellos a quienes competa, las correspondientes medidas a fin de evitar, en lo posible, cualquier muerte”.

El Papa Clemente VIII, en 1596, levantó todas las penas de excomunión y permitió las corridas de toros en cualquiera de sus modalidades, ya que, se dice, el Papa era aficionado a las corridas de todos. Esto lo hizo en el Brevi SUSCEPI MUNERIS.

Así que, por donde se le vea, las corridas de toros en la actualidad son permitidas y aceptadas por la Iglesia Universal. He conocido, además, varios sacerdotes taurinos y que, incluso, hasta han toreado vaquillas.

El mismísimo San Josémaria Escrivá, fundador del Opus Dei, era taurino de cepa; recuerdo haber visto un video donde practicaba los movimientos del toreo de salón con el matador Antonio Bienvenida en una tertulia.

Juan Pablo II no estaba en contra de la fiesta, es más, he sabido que llegó a recibir a varios toreros en El Vaticano y bendecía sus avios para la lidia.

Las Plazas de toros cuentan con capilla y sacerdotes a cargo, enviados ahí por el Obispo responsable, Obispos en comunión perfecta con la Santa Sede.

Así que, a manera de conclusión, la lidia de toros no tiene mayor conflicto ético y son totalmente permitidas por la Iglesia y por las leyes morales. Olé.

domingo, 6 de enero de 2008

La Epifanía del Señor


Este 6 de enero la Iglesia Universal celebra la fiesta de la Epifanía, la segunda en importancia del tiempo litúrgico de la Navidad (la primera es el nacimiento de Jesucristo).

La palabra Epifanía quiere decir manifestación, en este caso, la manifestación al Mundo del Hijo de Dios, Dios mismo hecho hombre mediante la acción del Espíritu Santo. Esto es lo que celebramos este día.

La llegada de los magos de oriente para ver al niño Jesús, representando a todas las razas de hombres de la tierra, significa precisamente la manifestación de la presencia de Jesucristo en el Mundo, presencia que ya no sólo es para el pueblo de Israel, sino para todos los hombres.

Es por ello que esta fiesta nos recuerda la Universalidad de la Salvación, es decir, que la salvación que viene de Dios es para todos, todos estamos llamados a la vida eterna, todos los hombres, de todas las razas, de todos los pueblos, de todas las culturas y de todos los tiempos; absolutamente todos tiene las puertas abiertas de la Iglesia.

El Evangelio según San Mateo narra la visita de los magos guiados por una estrella. Lo interesante aquí, y que refirma lo que mencioné en el párrafo anterior, es que estos magos son paganos, (vienen de “oriente”, es decir que no eran del pueblo elegido Israel), pero reconocen en Jesús al salvador del Mundo y llegan a Él.

La Escritura no dice que los magos sean reyes, esto parte de la tradición popular. Ahora bien, la palabra magos no es en el sentido en que ahora la entendemos. En griego (idioma de las primeras traducciones de la Sagrada Escritura), “mágo” quiere decir sabio, por lo que los magos eran personas de ciencia, estudiosos de diversos temas.

Ahora bien, tampoco Mateo menciona cuántos magos eran. La creencia de que fueron tres data del siglo VI, pero no se sabe a ciencia cierta el número exacto, aunque definitivamente esto es lo de menos y carece de total importancia.

Los regalos que los magos ofrecen a Jesús, oro, incienso y mirra, llevan en si mismos un simbolismo muy fuerte sobre quién es ese niño que acaba de nacer: el oro significa que es rey, en incienso que es Dios y la mirra que es también hombre verdadero.

Ojala que en esta fiesta podamos también, al igual que los “Santos Reyes”, reconocer en Cristo a aquel que, lejos de quitarnos algo, nos quiere dar todo.

lunes, 31 de diciembre de 2007

¿Por qué Misa de precepto el 1° de enero?


Cuando era pequeño, mi madre me decía que la Misa del 1° de enero era obligatoria porque debíamos dar gracias a Dios por el año que terminaba y para encomendar el nuevo, idea que tienen muchos de los fieles.

Por supuesto que debemos hacer esto de dar gracias y pedir por el siguiente año, pero la Misa no es de precepto por ese motivo, sino porque la Iglesia celebra la fiesta de Santa María, Madre de Dios.

Esta solemnidad es muy antigua, ya que data del siglo VI en Roma, poco después del Concilio de Éfeso (431), en el que se proclamó a María como verdadera Madre de Dios. No obstante, los cristianos ya celebraban y reconocían a María como Madre de Dios.

Sin embargo no siempre se celebró el 1 de enero. Antes del Concilio Vaticano II la fiesta era el 11 de octubre, justamente por el aniversario del Concilio de Éfeso.

El título de “Madre de Dios” es el primero y más importante para la Virgen María, y de él derivan todos los demás que se le han y pueden dar, ya que de ella nació Jesucristo, quien es Dios.

Aquí salta la pregunta, ¿No que Dios no tiene principio ni final? Así es, Dios no tiene principio, pero la maternidad no tiene nada que ver con el tiempo. Él, eterno e infinito, se encarna en María completo, como Dios y para hacerse hombre, y de ella nace Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, dos naturalezas en una sola persona.

María no puede ser solamente Madre de la naturaleza humana de Cristo, como dicen numerosos grupos protestantes, pues como mencioné en el párrafo anterior, Jesucristo es una sola persona, una unidad, y sus naturalezas son inseparables una de la otra; si es madre de la humana, es también madre de la divina.

María, como madre de Dios, es por tanto madre de la Iglesia, lo que significa que su maternidad se extiende a todos los bautizados. Así como en la cruz Cristo la hizo madre de Juan, quien representaba a todos los creyentes en Él, la hace madre nuestra en el momento de nuestro bautismo.

Es María la criatura más santa que ha existido sobre la tierra, ya que el privilegio de ser la Madre de Dios es único e irrepetible, la nueva Eva de cuyo vientre nació la salvación para todos los hombres

Por lo tanto, esta fecha del 1° de enero debemos celebrarla con gran júbilo, poniendo todos nuestros proyectos y anhelos para el siguiente año en manos de María, quien continuamente intercede por nosotros ante Dios.

Aprovecho para desear un muy feliz año nuevo a todos los lectores de este blog. ¡Enhorabuena!

sábado, 15 de diciembre de 2007

Reflexión sobre la Navidad



La Navidad es una de las dos mayores solemnidades de la Iglesia Católica, pues celebramos la venida al Mundo de Jesucristo, encarnado en la Virgen María mediante la acción del Espíritu Santo. La otra solemnidad mayor es el domingo de Resurrección, pues Jesucristo consuma su victoria sobre la muerte y nos abre las puertas del cielo, cumpliendo la misión que Dios Padre le había encomendado. Ambas solemnidades van de la mano y son, de algún modo, inseparables y complementarias. En este escrito, me centraré en la Navidad.

¿Por qué celebramos la Navidad? Lo primero que debemos tomar en cuenta antes de responder a esta pregunta es conocer el por qué de la venida de Jesús, Dios Hijo. Una vez consumado el pecado de los primeros hombres, conocido como pecado original, la naturaleza humana quedó dañada y se perdieron los dones preternaturales, que eran: inmortalidad, impasividad, ciencia e integridad.

Es decir, Dios había creado al hombre inmortal, con la gracia de no sentir dolor, con la capacidad de conocerlo todo y con gran manejo de sus facultades. Todo esto, repito, se perdió para todo la humanidad. Otra consecuencia grave fue que el hombre, desde ese momento, tiende al mal, es decir, naturalmente se inclina a hacer el mal; es inclinación, más no predisposición. Pero quizá la consecuencia más grave fue que la puerta del Reino del Dios (El Cielo) quedó cerrada para los hombres, de tal forma que después de la muerte no había salvación.

Entonces, para reconciliarse con los hombres, Dios necesitaba de una prueba de amor que le demostrara que los hombres podemos cambiar, y esa prueba de amor no podía ser otra que una auto inmolación por los hombres, es decir, dar la vida por los demás. Y quien iba a dar su vida sería Dios mismo, en la segunda persona de la Santísima Trinidad, Jesucristo. Entonces, el sacrificio de Cristo en la cruz fue dignísimo a los ojos del Padre, porque siendo Dios, se hizo pequeño y por amor dio su vida. Por ese acto de amor, que demostró que los hombres valemos, Dios se reconcilió con la humanidad y nos brinda la posibilidad de salvarnos y compartir con Él en la vida eterna.

Por lo tanto, en la Navidad celebramos que Dios se hizo hombre para venir a salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo. La celebración consiste en que estamos felices porque tenemos la oportunidad de alcanzar la vida eterna, vida eterna que habremos de ganarla en nuestro paso por la vida terrenal siendo santos, pareciéndonos a Jesucristo y luchando contra la inclinación al mal que todos los hombres tenemos. Si no estamos dispuestos a ser santos y a luchar por ganar el Cielo, no hay nada que celebrar. Si no estamos comprometidos con Dios, si estamos lejos de la Iglesia que Él fundó y conserva, si no nos esforzamos por cambiar de vida, esta celebración es vana e indigna a los ojos de Dios.

Para prepararnos a esta solemnidad y llegar con el alma limpia, la Iglesia ha instituido el tiempo litúrgico de Adviento. La palabra adviento significa venida, y es un periodo que inicia cuatro domingos antes de la Navidad, en el que la palabra clave es penitencia. Para hacer penitencia, debemos primero realizar un duro examen de conciencia de acuerdo con los mandamientos de Dios (10 mandamientos, pecados capitales, mandamientos de la Santa Madre Iglesia). Posteriormente arrepentirnos e irnos a purificar en el confesionario, única manera que Dios instituyó para perdonar pecados.

Posteriormente debemos hacer oración y recibir a Jesús sacramentalmente en la comunión; así, y sólo así, celebraremos dignamente la Navidad. Por ejemplo, cuando vamos a una fiesta, nos bañamos, nos arreglamos y nos ponemos nuestra mejor ropa, ¿no es cierto? Pues ésta solemnidad de la Navidad es más importante que cualquier fiesta, por lo que debemos arreglar nuestra alma; en esto consiste el Adviento

Dios no quiere una gran cena, Dios no quiere regalos ni borracheras; Él vino al Mundo en un establo, en medio de los animales, seguramente entre excremento y paja. Lo que Dios quiere es que seamos santos, y que ésta celebración sea el punto de partida para ello; que lo recordemos, pero no sólo como un acontecimiento importante, sino como el Emmanuel: el Dios con nosotros que nos espera en aquel establo de Belén.

Dios no quiere nuestras migajas, es decir, quiere que cambiemos de verdad, no solamente algunas cosas, o que no nos conformemos, como se dice tradicionalmente, con el “No mato y no robo”. No, Dios quiere una entrega total, que todos los momentos y circunstancias de nuestra vida sean una oportunidad para demostrarle que le amamos.

El regalo en la Navidad debe de ser para Dios, pues Él mismo se nos regaló para nuestra salvación, y ese regalo debe consistir en amarlo y obedecerlo siempre, estando dispuestos a amar al prójimo más que a nosotros mismos. Que esta Navidad podamos decirle a Dios: “Señor, yo soy tu regalo y estoy dispuesto a servirte a ti y a los demás, para, algún día, conocerte plenamente y gozarte en el Cielo”

Así sea.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Capsulitas Navideñas


En los primeros años de la Iglesia, la Navidad no figuraba entre las fiestas principales pues no se sabía la fecha exacta del nacimiento de Jesús. Para contrarrestar las celebraciones paganas, San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, comenzó a celebrarla el 25 de diciembre, en Antioquía; años más tarde, la tradición pasó a ser parte de la Iglesia Universal.


En realidad, el personaje que ahora conocemos como Santa Claus es un santo del sigloVI llamado San Nicolás, obispo de Mira. San Nicolás se caracterizaba por repartir a los pobres todo lo que tenía, especialmente a los niños. A menudo solía decir: “sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos ha dado tanto". Como su nombre en alemán es Nikolaus, le comenzaron a llamar Santa Claus.


Fray Andrés de Olmos fue quien compuso la primera pastorela representada en México, que tenía por título “La Adoración de los Reyes Magos”. La pastorela fue escrita en náhuatl y, su objetivo principal, era el de educar a los indígenas en las tradiciones navideñas.


Las posadas son una tradición surgida en México en los primeros años de la época colonial. Fueron los Agustinos quienes celebraron las primeras posadas cuando, en 1587 fray Diego de Soria recibió una bula del papa del Papa Sixto V para la celebración en la Nueva España de unas misas llamadas de Aguinaldo, como preparación a la Navidad, las cuales se celebraban del 16 al 24 de diciembre. Al final de la misa, se realizaba una verbena, en la que se intercalaban pasajes y escenas de la Navidad.


En las posadas, las tradicionales piñatas tienen un sentido muy profundo. La piñata representa a Satanás, quien seduce a los hombres con sus colores brillantes; El palo, la bondad; la venda en los ojos, la fe y, la fruta que cae al romperse, el premio de la vida eterna que Dios da a los buenos.


En los inicios de Renacimiento aparecen los primeros villancicos, cantos que narran la historia del nacimiento del Salvador. Su aparición se debió gracias a la composición de cantos seculares para adaptarlos a las fiestas religiosas fuera de las celebraciones propiamente litúrgicas.


San Francisco de Asís fue el fundador de lo que hoy conocemos como nacimiento, cuando en el año de 1223, en la ermita de Greccio tuvo la inspiración de reproducir el nacimiento de Jesús. Construyó una casita de paja para representar el portal, trajo un buey y un asno e invitó a un pequeño grupo de personas a reproducir la escena de la adoración de los pastores. De forma milagrosa, se dice, aparecieron ángeles.


El árbol de Navidad tiene su origen en los pueblos cristianos germanos. El árbol representaba al del Edén, pero ya no como el del fruto prohibido que trajo el pecado, sino como el árbol que trae la salvación al Mundo, el fruto que es Jesucristo. De ahí que los frutos se representan con esferas y demás adornos.


Uno de los villancicos más populares en todo el mundo, “Noche de Paz”, fue interpretado por primera vez en 1818, durante la Misa de Nochebuena en la parroquia de San Nicolás de Oberndorf, en Austria. El autor de la letra fue el Padre Joseph Mohr, mientras que la música fue obra del Profesor Franz Xaver Gruber.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Tiempo de Adviento


El Adviento es un tiempo litúrgico de la Iglesia para prepararnos a la celebración de la Navidad. Su duración es de cuatro semanas y los ornamentos utilizados en las Misas, son de color morado, color que significa penitencia y preparación.

Con el adviento se abre el año litúrgico, mismo que culmina con la celebración de “Cristo Rey”, una semana antes al primer domingo de Adviento. Pero, ¿Para que un tiempo de adviento?

Bueno, la venida de Jesucristo ha sido el acontecimiento más grande en la historia de la humanidad, ya que de Dios visita a los hombres, volviéndose uno como nosotros para traer la salvación; celebramos pues la llegada del Mesías, peor esa llegada no queda en el pasado, sino que Dios llega constantemente a cada uno de los corazones que quieren recibirlo.

Para celebrar un acontecimiento tan importante, es necesario prepararnos; es como cuando vamos a ir a una fiesta y antes nos bañamos y nos ponemos nuestras mejores ropas. Celebrar dignamente la Navidad exige de nosotros una apertura total para recibir a Jesús, pero además, recibirlo con un alma limpia y radiante, es decir, en estado de Gracia.

Es por ello que el Adviento es un tiempo que debemos aprovechar para cambiar de vida y lugar con más intensidad contra todo aquello que nos aleja de Él; es importante que en este tiempo nos replanteemos nuestra vida y hagamos un minucioso examen para ver si nuestra vida va acorde con lo que creemos.

Además, es tiempo ideal para acercarnos con mayor frecuencia al sacramento de la confesión y, por que no, para hacer pequeñas mortificaciones, las cuales nos permitirán ser más fuertes y parecernos un poquito a Jesús. Un alma mortificada es un alma que va eliminando las huellas que deja el pecado.

Aunado a todo lo anterior, el tiempo de Adviento nos recuerda que, así como Jesús vino al mundo y viene continuamente a nuestros corazones, habrá de venir al mundo una segunda vez con todo su poder y majestad; el día del fin del mundo, estableciendo entonces la eternidad en compañía de aquellos que lo amaron y amaron a los demás: las personas que se santificaron en esta vida

Las lecturas de las Misas celebradas en este tiempo, nos recuerdan precisamente esto que habrá de suceder, no para temer, sino para esperar confiadamente en la misericordia del Señor e invitaros a que nuestra vida sea una preparación constante para nuestro encuentro con Él el día de nuestra muerte y, que así podamos, en Su segunda venida, vivir eternamente en cuerpo y alma.

La Iglesia celebra el tiempo de adviento con una corona, que tiene cuatro velas; se enciende una cada domingo. Las velas pueden ser de colores diferentes: morado, rojo, rosa y blanco, prendiéndose del color más oscuro al más claro. Pueden ser todas rosas y una blanca, o todas rojas o moradas.

Finalmente, el Adviento ideal para acercarnos a María, la madre de Jesús y madre nuestra, viviendo con ella esta inmensa alegría. Podemos rezar el Santo Rosario todos los días, pero lo más importante es, sin duda, aprender de la buena disposición que tuvo ella para recibir al hijo de Dios, Dios mismo hecho hombre en su segunda persona, Jesucristo.