Todas las culturas, de todos los tiempos y de todas las regiones, han tenido siempre presente la existencia de un Dios. El hecho de que hay un Dios es una verdad tan real que se puede encontrar una población sin monumentos, o sin comida típica, o tal vez sin estructuras sociales y económicas, pero jamás se encontrará una civilización sin templos. Es tan clara la presencia de Dios, que hasta las culturas más atrasadas y remotas han sabido de su existencia, aunque lo han representado de diversas formas. Dios existe y me atrevería a decir que, incluso, es una obviedad, siempre y cuando partamos de principios físicos y filosóficos, como el de la causalidad eficiente y el del orden del universo. Y, por si fuera poco, Dios se manifestó en la Tierra cuando tomó forma humana en la persona de Jesucristo, redentor de la humanidad.
Entonces, lo importante no es creer en Dios, pues, ¿quién no cree? Realmente los ateos puros son muy pocos, mínimos con respecto al grueso de la humanidad. El Dios verdadero se auto reveló, como ya lo dije, tomando forma humana y, mediante señales poderosas, dejó ver que efectivamente se trataba de Dios.
Partiendo de lo anterior, si Dios vino al Mundo para darse a conocer, ¿por qué no le creemos? Jesucristo vino para anunciar la salvación a los hombres, salvación que se concreta con la vida eterna a su lado. Pero esta salvación debe de ganarse en la Tierra, y para eso, Él mismo instituyó a la Iglesia. La Iglesia, entonces, no parte de la nada, sino que Cristo (cuya venida al mundo es innegable en la historia) la funda para ser guía de santidad, y para que quien la integre y obedezca sus mandatos, pueda alcanzar la salvación. Jesucristo dijo esto muy claramente. Por lo tanto, negar a la Iglesia es negar a Cristo, y negar a Cristo es negar a Dios y a toda su creación, lo que implicaría negar el universo y a nosotros mismos
Jesucristo dejó para su Iglesia una serie de mandatos que se conservan intactos, mandatos vitales para llevar a cabo nuestra salvación. Sin embargo, mucha gente se hace un Jesucristo “a la manera que le conviene” y cae en el relativismo de decir: “Para mi, esto no es pecado”. Habrá que aclarar que, en el caso de la Ley de Dios, el subjetivismo no cabe, pues Dios es aquel que todo lo sabe bien. Por ello, las normas que nos dejó Jesucristo, y que transmite la Iglesia, son de verdad esencial, y si no las seguimos, le estamos dando la espalda a Dios. Además, esas normas van de acuerdo siempre con la razón humana y con la esencia del hombre en cuanto a hombre; Dios no nos pide imposibles, sino cosas que nos santifican y nos hacen parecernos un poquito a Él.
Muchas de las normas, no las dijo Cristo exactamente, sino que son derivaciones de su palabra, pues la Iglesia se ajusta a la época, pero siempre partiendo de la base de Jesucristo. Así, por ejemplo, hace 2000 no era común el uso de anticonceptivos, pero ahora la Iglesia lo prohíbe basándose en el principio fundamental, dictado por Dios, de respetar y permitir la vida humana. Cabe señalar que, en cuestiones de fe y moral, el Papa es infalible, pues Dios le otorgó el derecho de atar y desatar, es decir, de permitir y prohibir, y lo que él ate o desate aquí, el Cielo lo tendrá por hecho, y el Cielo (Dios) no puede equivocarse. Jesucristo, cuando eligió a Pedro como cabeza de la Iglesia, le dijo lo siguiente:
“Y ahora yo te digo que tu eres Pedro, es decir piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino del Cielo; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo”
Entonces, Dios mismo fundó la Iglesia, no fue fundada por hombres. Sin embargo está integrada personas, imperfectas y pecadoras, pero cuenta siempre con la protección de Jesucristo, lo cual hace que la doctrina se siempre la correcta. En cuestión de dogmas de fe y mandatos, ninguno de los más de 250 Papas se han contradecido. Entonces, aunque la Iglesia ha cometido muchos errores en la historia, lo que nos manda es lo que quiere Dios, y aunque no sigamos el ejemplo de los malos pastores, debemos obedecerla.
Entonces, lo importante no es creer en Dios, pues, ¿quién no cree? Realmente los ateos puros son muy pocos, mínimos con respecto al grueso de la humanidad. El Dios verdadero se auto reveló, como ya lo dije, tomando forma humana y, mediante señales poderosas, dejó ver que efectivamente se trataba de Dios.
Partiendo de lo anterior, si Dios vino al Mundo para darse a conocer, ¿por qué no le creemos? Jesucristo vino para anunciar la salvación a los hombres, salvación que se concreta con la vida eterna a su lado. Pero esta salvación debe de ganarse en la Tierra, y para eso, Él mismo instituyó a la Iglesia. La Iglesia, entonces, no parte de la nada, sino que Cristo (cuya venida al mundo es innegable en la historia) la funda para ser guía de santidad, y para que quien la integre y obedezca sus mandatos, pueda alcanzar la salvación. Jesucristo dijo esto muy claramente. Por lo tanto, negar a la Iglesia es negar a Cristo, y negar a Cristo es negar a Dios y a toda su creación, lo que implicaría negar el universo y a nosotros mismos
Jesucristo dejó para su Iglesia una serie de mandatos que se conservan intactos, mandatos vitales para llevar a cabo nuestra salvación. Sin embargo, mucha gente se hace un Jesucristo “a la manera que le conviene” y cae en el relativismo de decir: “Para mi, esto no es pecado”. Habrá que aclarar que, en el caso de la Ley de Dios, el subjetivismo no cabe, pues Dios es aquel que todo lo sabe bien. Por ello, las normas que nos dejó Jesucristo, y que transmite la Iglesia, son de verdad esencial, y si no las seguimos, le estamos dando la espalda a Dios. Además, esas normas van de acuerdo siempre con la razón humana y con la esencia del hombre en cuanto a hombre; Dios no nos pide imposibles, sino cosas que nos santifican y nos hacen parecernos un poquito a Él.
Muchas de las normas, no las dijo Cristo exactamente, sino que son derivaciones de su palabra, pues la Iglesia se ajusta a la época, pero siempre partiendo de la base de Jesucristo. Así, por ejemplo, hace 2000 no era común el uso de anticonceptivos, pero ahora la Iglesia lo prohíbe basándose en el principio fundamental, dictado por Dios, de respetar y permitir la vida humana. Cabe señalar que, en cuestiones de fe y moral, el Papa es infalible, pues Dios le otorgó el derecho de atar y desatar, es decir, de permitir y prohibir, y lo que él ate o desate aquí, el Cielo lo tendrá por hecho, y el Cielo (Dios) no puede equivocarse. Jesucristo, cuando eligió a Pedro como cabeza de la Iglesia, le dijo lo siguiente:
“Y ahora yo te digo que tu eres Pedro, es decir piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino del Cielo; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo”
Entonces, Dios mismo fundó la Iglesia, no fue fundada por hombres. Sin embargo está integrada personas, imperfectas y pecadoras, pero cuenta siempre con la protección de Jesucristo, lo cual hace que la doctrina se siempre la correcta. En cuestión de dogmas de fe y mandatos, ninguno de los más de 250 Papas se han contradecido. Entonces, aunque la Iglesia ha cometido muchos errores en la historia, lo que nos manda es lo que quiere Dios, y aunque no sigamos el ejemplo de los malos pastores, debemos obedecerla.
1 comentario:
perdonsme dios mio..
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