lunes, 28 de enero de 2008

El Apostolado



Una plática muy interesante fue la inspiración que tuve para escribir este artículo sobre el apostolado, un tema básico dentro de la doctrina de la Iglesia Católica y punto vital para conseguir la salvación eterna.

En el momento del Bautismo, el nuevo hijo de Dios es conferido Sacerdote, Rey y Profeta, a imagen de Jesucristo. Estos regalos de parte de Dios, que nos configuran con Jesús, conllevan una serie de obligaciones a cumplir para poder ser verdaderos seguidores del Señor.

En el caso concreto del apostolado, este constituye la principal obligación del ser Profeta, pues un profeta es el encargado de anunciar la Palabra de Dios para procurar la salvación de los hombres próximos a él, es decir, del prójimo.

Partiendo de lo anterior, el apostolado es el deber que tiene el bautizado para llevar el mensaje de Jesucristo a todo el que pueda, en otras palabras, y como lo dice el mismo Cristo, “ser mis testigos en toda Jerusalén, en Judea, Samaria y hasta en los últimos rincones de la Tierra” (Hechos 1, 8).

En definitiva el apostolado es una labor complicada y correosa, sobretodo porque el Mundo actual parece no querer saber nada del mensaje de salvación de Cristo ni de la Iglesia. Aún así, con la firme confianza de que el Señor nos acompaña como acompañó a los primeros apóstoles, todo será más fácil.

Ahora bien, hacer apostolado es un deber grave, de tal suerte que si no lo llevamos a cabo, estaríamos cometiendo un pecado de omisión bastante serio, ya que a fin de cuentas es un compromiso que nos viene desde nuestro Bautismo y está contenido de forma central en el mensaje de Jesús.

No cabe duda que al final de nuestra vida Dios pedirá cuentas de éste apostolado, preguntará si hablamos de él, si no nos dio pena, si oramos por aquellos sin esperanza, si luchamos para que otros pudieran llegar al conocimiento de la Verdad.

Sin embargo, puede ser que aunque nosotros hablemos de Dios, demos ejemplo de vida (que es el mejor de los apostolados) y nos entreguemos, las personas no quieran acercarse a Él, y es que aquí entra en juego un principio fundamental: la Libertad. Dios nos hizo libres, libres de seguirlo o no seguirlo, y Él no se mete en eso; siempre está con los brazos abiertos para recibirnos y sale a nuestro encuentro, pero la decisión en última instancia es del hombre.

Por lo tanto, si una persona en la que pusimos nuestro apostolado no se salva, su condenación no es responsabilidad de nosotros, sino de su libre ejercicio de la voluntad. El apostolado se consolida cuando se anuncia a Cristo y se lucha para que el prójimo lo acepte, y esto implica mucha oración. El resto es entre esa persona y Dios.

El apostolado es tan sólo uno de los múltiples compromisos que el cristiano debe vivir para lograr la santidad, aunque debo reconocer que es uno de los más importantes. El apóstol debe llevar su labor con amor, porque si no hay amor y verdadero deseo de que el otro conozca a Cristo, sólo seríamos, como diría San Pablo, “platillos que resuenan y campanas que aturden”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me parece muy bien, que através de sus palabras y de la misión que la iglesia cumple; para que nosotros los catolicos nos cerquemos más a Jesucristo y practiquemos sus palabras con amor.